Veinticinco años atrás el acceso a la información era limitado. Para conocer sobre algún tema la gente todavía tenía que buscar libros, comprarlos (en el no tan seguro caso de que los encontrara), ir a bibliotecas o incluso averiguar por todos los medios posibles (que no eran tantos) si en su ciudad se daba algún curso relacionado. Internet ya existía pero su uso no estaba demasiado difundido. Las computadoras corrían con Windows 3.11 y los archivos casi siempre se compartían a través de diskettes que en el mejor de los casos almacenaban 1,2 Mb.
Quince años después, la llegada de las comunidades virtuales había cambiado todo. De repente sin moverte de tu casa podías recontactar viejos compañeros de secundaria perdidos por el mundo, charlar con desconocidos y ver las fotos de tus sobrinos segundos después de que fueran tomadas. Y lo más importante: compartir información de interés.
Ahora no solamente podés encontrar casi cualquier libro a través de Internet. Además podés contactar en una comunidad con especialistas en cualquier materia capaces de aclarar todas tus dudas. O debatir sobre temas de los que entendés, y compartir tus propios conocimientos.
Compartir

En realidad, lo más importante es eso: compartir. Ofrecer libremente tu conocimiento, tu experiencia y tus dudas. Así lográs hacerte visible. Tu nombre se convierte en marca, y tu opinión en referencia.
A muchos nos enseñaron que los magos no enseñan sus trucos, y que compartir lo que uno sabe te hace más débil frente a los demás. Tal vez hace mucho tiempo era así. Por suerte el mundo cambió. Compartir aquello en lo que sos bueno se convirtió en un muy buen negocio. Porque compartir es ayudar, y la ayuda vuelve.
Por eso, si querés convertirte en el primer nombre que suena cuando se habla de lo que vos hacés, tenés que hacer click en compartir.
Pero no en el mouse. En tu cabeza.
Animate.
(¿Qué, llegaste hasta acá y no vas a compartir este post? Dale, compartí comentá, dale like y haceme feliz 😁)